Razón vs Instinto, la última batalla

En la entrada "instinto y calentamiento global" se intenta remarcar la decisiva importancia de la inevitable competencia, capitalismo mediante, a la que nos conducen nuestros instintos que hacen inviable cualquier posibilidad de imponer a la razón o sentido común en la toma de decisiones que puedan revertir el macabro destino que nos depara si es cierto lo que pronostican la mayoría de los especialistas en medio ambiente.
¿Si todos sabemos ésta realidad, por qué es tan difícil hacer algo efectivo que revierta definitivamente la situación del enorme riesgo en que se encuentra el planeta con todos sus habitantes incluidos?
La respuesta: porque​ no es la razón la que conduce a la humanidad sino nuestros instintos o pulsiones.
Dada la importancia decisiva puede tener esta cuestión más tarde o temprano y dada la absoluta originalidad de éste enfoque, creo necesario explicar de la manera más clara posible los conceptos que concluyen en lo expresado.
Obsérvese que sencillo es evidenciar esta realidad.
El motivo central del calentamiento está en el uso intensivo de energías​ no renovables .
Y el uso intensivo de energía es el "combustible infaltable" para el funcionamiento del capitalismo y el mercado consecuente.
Y el capitalismo es consecuencia de dejar actuar a la egoísta ambición que finalmente redunda en beneficio para todos ¿recuerda?.
Egoísta ambición que no es otra cosa que la traducción del mecanismo de acción de un primitivo instinto que nos presiona para que los demás adviertan la presencia de nuestro ego, habitualmente mostrando superioridad económica.
El impulso generado por este mecanismo instintivo, lleva a que gran parte de los individuos busquen destacar su ego a través de la actividad empresarial.
Y el empresario no hace otra cosa que tratar de satisfacer la demanda del consumidor a través de la oferta.
Oferta y demanda que funciona, según la sabiduría convencional, mediante el eficiente andamiaje generado por la maravillosa mano invisible de Adam Smith.
Mano invisible que nos asegura que el empresario, competencia mediante, obtendrá la ganancia justa mientras se encarga de satisfacer nuestra demanda.
Competencia necesaria no solamente para la subsistencia empresaria sino también para satisfacer su ego (objetivo prioritario la más de las veces).
¿Qué más razonable y lleno de sentido común que ésta teoría y que tan buenos resultados les ha dado a los que la han practicado, respetando sus reparos y exigencias, para obtener los máximos beneficios de ella esperada?.
¿Cómo creer que no es la razón la que nos conduce si es absolutamente "lógico" pensar que si lo que moviliza la economía es la ambición humana, entonces cómo no dejarla actuar a través de un andamiaje emplazado por el sistema de oferta y demanda mientras una adorable mano invisible nos señala dónde, cuánto y cuándo producir los bienes que el consumidor demanda a través de un sistema que garantiza una competencia saludable?.
¡Genial!
Hasta que nos topamos con un inconveniente que requiere su inevitable resolución.
El inconveniente consiste en que la satisfacción de la demanda requiere producción con el consumo de energía consecuente y con él, calentamiento global y su terrible consecuencia, la destrucción del planeta tal cual lo conocemos hoy.
Lamentablemente, este inconveniente nos obliga a revisar el método y buscar respuestas para que pueda ser controlado y de esa manera tener a mano las herramientas necesarias para evitar una catástrofe de semejante envergadura.
Si el sistema que nos rige estuviera conducido por la razón humana y su voluntad, modificar el sistema imperante debería ser muy sencillo ya que su continuidad nos lleva inexorablemente a la destrucción del medio ambiente, por lo que no debería haber problema alguno.
Sin embargo, al poner de motor de la economía a un impulso humano expresado a través de la ambición o codicia, estamos aceptando y dando la responsabilidad de conducirnos a una pulsión.
A un primitivo instinto no muy diferente de los que conducen a otras especies animales (muchas de las cuales ya se han extinguido al fallar sus instintos de supervivencia ante las nuevas circunstancias ambientales que se les fueron presentando).
La respuesta puede ser extraordinariamente compleja de ofrecer ya que hemos puesto toda la responsabilidad en la organización económica a un instinto y no a la razón.
Como la economía mundial (recordar que el mundo entero basa su producción económica en el capitalismo a excepción de Corea del Norte y Cuba) no es conducida por la razón mediante la elaboración de planes económicos bajo su control y dirección, sino que le hemos dejado toda la responsabilidad a un primitivo mecanismo instintivo a través de la búsqueda de destacar el ego mediante la producción de bienes y dado que todos estamos presionados para destacar nuestro ego, la manera inevitable de hacerlo es compitiendo con los demás.
Y como el mundo comparte el mismo sistema económico, la competencia es global.
Por tanto hay que buscar un mecanismo que restrinja la competencia global, es decir, un mecanismo que controle o impida la acción del instinto en todos los rincones del planeta.
Se deberán poner límites a los avances y producción de determinados bienes o servicios, y se deberá limitar el uso de determinados generadores de energía independientemente de sus costos, y lo más difícil, tiene que ser en todo el mundo (Apple, por ejemplo, no puede restringir la actualización de sus móviles cada 5 o mejor 10 años mientras Samsung no lo haga también)
Si algunos hacen caso omiso, se encontrarán con enormes ventajas que querrán aprovechar si la razón no logra imponerse allí.
Hoy está al alcance una tarea de semejante magnitud si se limita el plan a un país y que ese país sea uno altamente desarrollado donde se ven claras muestras de la actividad de la razón en su organización social como los casos de Suiza o Noruega por nombrar algunos pocos de esta lista.
En la mayoría de los países, hoy esa meta es imposible lograr.
Y mucho más lejana está la posibilidad de hacerlo a nivel global.
Y lo que agrava aún muchísimo más el problema, es que la experiencia previa dónde se intentó controlar al instinto que se traduce en ambición, competencia y finalmente desigualdad, resultaron en rotundos e inevitables fracasos con las experiencias comunistas rusa y china como paradigmas.
A pesar de ello no puede haber dudas que de presentarse la crisis climática, la conducción de la economía deberá dejársela a la razón, pero por lo conocido a lo largo de toda nuestra historia, el bando de los instintos resistirá hasta el último aliento.
Es evidente que estaremos ante la presencia de una probable última batalla, la de la razón vs los instintos.
Y hoy, el ejército de los últimos llevan ventajas casi inalcanzables.
Debemos comenzar a buscar quienes quieran unirse a nuestro ejército, el de la razón.

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