El pueblo y la envidia
No todos en la Casa Blanca estaban de acuerdo. ¿Por qué prestar dinero a un gobierno hostil que la insultaba en las plazas y en la prensa? ¿Por qué rescatar a un régimen al borde de la quiebra? En Buenos Aires, el embajador de Estados Unidos acababa de soportar otro furioso ataque público de Perón. Cuando quiso reprochárselo, lo encontró "excesivamente cordial": estaba "interesado", dispuesto a hacer cualquier cosa para aplacarlo; "no me hagas caso", le explicó el general, son palabras para "consumo interno", para el "pueblo".
Pueblo al que mientras tanto le daba vuelta la tortilla: los acuerdos con los imperialistas son pura táctica, le decía, pequeñas retiradas antes del ataque decisivo. ¿Cuál era el verdadero Perón?, se preguntó el diplomático. Ambos: "oportunista hasta la médula"; le había conseguido el crédito, y él le mordía la mano para cabalgar el pueril nacionalismo de sus tropas. Era la diplomacia de la viveza.
Perón trazó el elogio de la empresa privada, confesó que si la había penalizado, era para "complacer al pueblo". En privado, claro, al embajador de Washington: ¡que no lo supiera el "pueblo"! Afirmó que Estados Unidos era el país más abierto a la justicia social de todo el hemisferio. Necesitaba capitales, inversiones, tecnologías, y entonces halagaba a quienes los tenían: ¡cuánta viveza!
Pocos saben, menos recuerdan, muchos pasan por alto: tres años después, Perón trazó el elogio de la empresa privada, confesó que si la había penalizado, era para "complacer al pueblo". Era el fruto de una década de sustitución de importaciones, retenciones a la "oligarquía terrateniente", cruzadas contra el capitalismo anticristiano, de tanta distribución y escasa producción: el máximo de la retórica soberanista, el mínimo de soberanía.
Ha pasado mucha agua bajo del puente, pero el guion sigue siendo con el Fondo Monetario hoy el mismo que con Estados Unidos entonces. El viejo doble juego, el antiguo doble rasero. El Presidente es el policía bueno, profesa confianza en las empresas privadas y promete disciplina fiscal. La vicepresidenta azuza al pueblo, el que le queda, contra el eterno enemigo. ¿Discrepancias? ¿Juego de roles? Al mundo no le importa. Es un problema de seriedad, reputación, confianza: obtenerlos cuesta años; perderlos, un momento. La cuenta la pagan todos.
¿Funciona la "diplomacia de la viveza"? ¿Alguien cree que los acreedores morderán el anzuelo? ¿Que Dios viste la camiseta celeste y blanca y el eje entre el Papa y Biden le sacará al país las castañas del fuego? Sueños. Hoy, como antaño, la Argentina necesita capital, inversiones, tecnología, financiar su deuda, calmar la crónica vorágine de sus cuentas públicas; es la Argentina la que necesita al Fondo y al mundo, no el Fondo y el mundo quienes se la agarran con la Argentina.
Pero no, al "pueblo" le venden la mercancía dañada, el viejo disco victimista: que la finanza, que los poderosos, que la "deuda interna", que, claro, "no se puede pagar". Y nunca falta un cura que pontifique: "que no sufra la independencia del país". Otra vez la "viveza". ¿Están los acreedores socavando la soberanía argentina? ¿O es la demagogia soberanista, la economía populista la que la pone en manos de los acreedores? Culpa de Macri, se consuelan: como si no hubiera contraído deudas para financiar el agujero heredado. Basta con mirar alrededor: hay países que, sin moverle "guerras al capital", son mucho más soberanos que la Argentina, que hizo muchas. No le tomaron préstamos a Chávez, no le suplican concesiones al Fondo: tienen las cuentas en orden y gozan de merecida confianza, pueden pedir prestado a tasas bajas para reactivar la economía hundida por la pandemia. La Argentina, no. Es cierto que los que más gritan son los que menos razón tienen: la soberanía declamada nunca corresponde a la soberanía real.
¿Remedios? Una funcionaria declaró: "Tenemos que crecer y vender más al mundo". Nunca es demasiado tarde para reinventar la rueda, pensé. De ningún modo. Aquí tienen las recetas habituales que provocarán los habituales efectos: nuevos impuestos, precios administrados, cepos cambiarios, subsidios improductivos. Cómo esto estimulará el crecimiento, cómo estimulará la inversión, las exportaciones, el empleo, es un misterio. Por otra parte, si la prosperidad es pecado y la pobreza virtud, si el bienestar corrompe y el sufrimiento dignifica, ¿qué hay más heroico que el castigo a la "riqueza"? Hundirse, ¡pero con la bandera izada!
Espero equivocarme, pero si estas son las premisas, el futuro será igual que el pasado. Al pueblo le dirán que es culpa del egoísmo capitalista, a los acreedores les pedirán comprensión para apaciguar al pueblo; la pobreza del pueblo servirá para apiadar a los acreedores y la maldad de los acreedores, para justificar la pobreza del pueblo. La decadencia seguirá su curso. Quizás porque soy italiano, la diplomacia de la viveza no me conmueve: somos maestros en el tema. ¿Resultado? El vivo que piensa estar engañando a todo el mundo solo se está engañando a sí mismo.
razonvsinstinto
Queda claro que el problema está en el "pueblo". En ese pueblo al que le hablaba Perón mientras que a sus espaldas negociaba con el "enemigo". El papel ambivalente que hacía Perón hoy lo hacen Alberto y Cristina. Alberto el "negociador a espaldas del pueblo" y Cristina la que "habla para el pueblo".
De hecho ¿qué sería Cristina sin el "pueblo"?
Nada. Solamente una corrupta más que pasó alguna vez por el poder gracias a su esposo -ver "Cristina, el gran problema argentino"-
Evidentemente, Perón sabía (aunque al principio lo ignoraba hasta que "aprendió por experiencia") y Alberto sabe que las políticas que pueden dar perspectivas de progreso económico no son las que el pueblo quiere. Por eso el doble discurso y el engaño permanente.
Evidentemente también el secreto del éxito pasa por cambiar las expectativas del pueblo. Que el pueblo no deba ser engañado para llevar a cabo las políticas que hacen exitosos a los países porque por más mensajes que des al capital de que tus intenciones no son las que parecen cuando te escuchan hablar al pueblo, nadie te cree. Al menos no lo suficiente. La historia es testigo irrefutable de ello después de décadas de insistir con la misma táctica de engaño. Y también es evidente que no hay forma de convencer al pueblo que el camino está en el otro extremo de su espectro Ideológico. Así que la pregunta es ¿por qué el pueblo no cambia de ideario si las pruebas del fracaso con los suyos son archi evidentes? ¿por qué el pueblo sigue resistiéndose a la idea de que los "privilegios" de los empresarios y las intenciones del "imperio no son lo que parece? ¿por qué si ya está recontra demostrado que esos "privilegiados" son los que en definitiva invierten y con ello traen prosperidad, progreso y trabajo sin importar un comino de dónde vienen?
La respuesta es evidente que no hay que buscarla en la capacidad de análisis o racionalidad de los ciudadanos porque si así fuera hace largo rato se hubieran percatado que el camino es el opuesto al elegido de manera irrenunciable durante muchas décadas. Es evidente que hay que buscar esa respuesta en nuestras pasiones o emociones o instintos. Y hay una sola emoción que puede ser responsable de tanta obstinación por rechazar los "privilegios" de los ricos y las intenciones "imperialistas": la envidia o resentimiento.
No hay otra explicación. Y dado que todo indica que se trata de una emoción invencible demostrado por las décadas de decadencia sufridas sin que se avisore una sola posibilidad de cambio, queda en evidencia que es necesario sacarla finalmente y de una vez por todas de la oscuridad y traerla a la luz. Dejar de una vez por todas los tabúes de lado y decir abiertamente a la ciudadanía que insiste con estas ideas: señores dejen de ser dominados por la ENVIDIA de una vez por todas. Dejen que la AMBICIÓN ocupe el lugar que hasta ahora ocupa la envidia. Dejen que los ambiciosos sin importar cuán ricos sean se expresen en cuanta magnitud deseen y si se vuelven más ricos aún, no los ENVIDIEMOS. Más bien ALENTEMOS sus iniciativas con fuerza. Y a los "imperialistas" digámosle a viva voz, vengan a hacer riquezas (a los Ford, a los City Banks, a los Avon, a los Gillete y a los centenares de etc que siguen). Porque mientras nos siga dominando la ENVIDIA, jamás la AMBICIÓN se expresará en la medida necesaria para progresar.
En su elección ideológica, el pueblo alguna vez deberá dejar atrás la emoción de la ENVIDIA y dar la bienvenida a la emoción o pulsión que se expresa a través de la AMBICIÓN. Seamos todos ambiciosos y no más envidiosos.
Mientras así no pase, el ostracismo perdurará.
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