Borges, la crisis Argentina y lo que nadie dice (2)

En la primera entrada de esta Zaga quedan en evidencia las enormes dificultades a las que nos expone nuestra cultura de la "viveza criolla" para organizarnos con la eficiencia necesaria para tener un mínimo dinamismo en el marco de un sistema político democrático.
Un indicador extraordinariamente útil para dilucidar si nuestra capacidad cívica puede sustentar el sistema es la presión fiscal en porcentaje del PBI.
Obviamente, cuanta mayor la presión fiscal, más eficiente debe ser la cultura política para administrar el Estado y evitar así caer en el caos e ineficiencias que degeneran las políticas, tanto económicas como de seguridad o la que se quiera evaluar.
Y si hay algo de lo que pocas dudas pueden existir es sobre la limitación argenta que no puede superar el 30% de presión fiscal como un valor extremo si se quiere evitar el descontrol.
Superado este guarismo, el caos se hace inevitable (estanflación, aumento sostenido de la pobreza estructural, destrucción imparable de la infraestructura como consecuencias más importantes entre otras cientos de ellas).
Hoy estamos con un 45% de presión fiscal a lo que hay que sumar un 7% de déficit fiscal y un nivel de endeudamiento máximo. Es decir, ya no hay como paliar la ineficiencia cultural para mantener algún dinamismo económico mediante la impresión de billetes (déficit fiscal) o el endeudamiento (el FMI nos dió el resto que queda y que durará probablemente un año de salvataje) y mucho menos aumento de la carga impositiva.
De manera que quedan solamente dos opciones para evitar una insostenible desorganización y caer en una nueva crisis terminal, con el agravante de que ésta vez será peor a las anteriores dado que nunca se había llegado a semejantes valores de presión fiscal prácticamente confiscatorios (ayudado a llegar a estos límites por la bonanza de los precios de los comodities y la baja tasa de interés de la FED, y que ninguna de las dos existen más, vale agregar)
La primera opción es un gran acuerdo político que haga posible reducir el gasto público y con ello, obviamente, la presión fiscal, sin entrar en una vorágine de violencia social. Sin acuerdo político, esta meta es imposible.
La segunda opción es una megadevaluación al estilo 2001 que reemplace las dificultades que acompañan a nuestra brutal desorganización social en medio de una presión fiscal insostenible, mediante un valor del salario y de los impuestos medidos en dólares lo suficientemente bajos como para que, a pesar del inconveniente de la enorme desorganización generalizada, estimular la inversión exportadora mediante el estímulo a la codicia detrás de pingues ganancias, que deja atrás muchas veces la prudencia, y ésta devuelva dinámica económica que finalmente empuje a la economía global local sin que se traduzca este fenómeno en una inflación igual a la devaluación. Los precios de los productos importados deberán seguir el valor del dólar mientras los precios de los productos nacionales deberán adaptarse a los salarios baratos en dólares y por tanto con incrementos de precios muy por debajo del incremento del valor del dólar (como pasó justamente en el 2001-2002). Esto, necesariamente, en medio de un clima de estabilidad política que de confianza en las posibilidades de ejecución con éxito del plan económico (como sucedió en el período descrito).
Se podría esperar entonces el mantenimiento de la política económica basada en moneda subvaluada que estimule la exportación (de muy dudosos resultados en el largo plazo según la mayoría de los economistas aunque confieso que me parece la más adecuada dadas nuestras características culturales que nos hace prácticamente imposible competir de igual a igual con los países más organizados, que actualmente son casi todos).
Para la primera opción, para el acuerdo político, mientras exista el Kirchnerismo, una meta como esa es definitivamente imposible (ni siquiera con Cristina Kirchner presa sería posible).
Y para la segunda opción, antes de implementar una feroz devaluación que no se traslade a precios, debe haber una fenomenal crisis que paralice los movimientos sociales y se busque, quierase o no, acordar un mínimo orden en todos los sectores.
Finalmente, con una u otra opción, lo que nos espera no es para nada alentador y es importante advertir a todos.
Desde este rincón me atrevo a hacerlo.

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