Transhumanismo y oxitocina

En éste blog se insiste en la decisiva importancia que tiene en nuestra organización política, económica y social dos fuerzas ajenas a aquello que consideramos que nos hace humanos, distintos de las otras especies de animales que comparten nuestra existencia en este lugar llamado planeta tierra, me refiero a nuestra capacidad de pensar o razonar.

Esas dos fuerzas, muy conocidas para quienes visitan el blog, son nuestros instintos y nuestra cultura cívica y política.
Los primeros, mediante su expresión conocida como la codicia o la ambición, nos imponen nuestro sistema económico y nuestra organización política global entre innumerables otras cuestiones, a través del famoso capitalismo en la actividad económica y del realismo o realpolitik en la política global (recuerde la famosa y aún vigente frase de Adam Smith "la egoísta ambición por obtener ganancias que finalmente redunda en beneficios para los demás" en el ámbito económico y la aún más que vigente ley "el más fuerte es el que manda" en la política global expresando la preeminencia de nuestros más primitivos instintos en el equilibrio de fuerzas que dominan la política global).
Dicho ésto y sabiendo los conflictos que debemos enfrentar como consecuencia de que no es nuestra capacidad racional la que toma las decisiones más relevantes por lo que nos vemos "condenados" a convivir con los efectos no deseados del sistema como desigualdades sociales extremas, pobreza y explotaciones que pueden considerarse "inhumanas" hambre infantil, guerras sin fin, riesgo de descalabro atómico, agotamiento de recursos y riesgo climático, etc, etc, surge entonces la pregunta ¿No deberíamos pensar maneras que nos permitan que sea finalmente la razón y no los instintos los que conduzca nuestro destino?
Ante esta pregunta, varias veces elaboradas en los post,

https://razonvsinstinto.blogspot.com/2017/10/progresamos-o-solamente-vamos-tras-un.html

https://razonvsinstinto.blogspot.com/2017/10/un-telefono-movil-en-babilonia.html

https://razonvsinstinto.blogspot.com/2021/10/el-circulo-se-reinicia-el-turno-de-la.html

https://razonvsinstinto.blogspot.com/2021/05/el-homo-communismi-su-origen.html

https://razonvsinstinto.blogspot.com/2015/11/envidia-y-codicia-los-dioses-de-nuestro.html

https://razonvsinstinto.blogspot.com/2017/08/el-comunismo-y-su-enemigo-imbatible.html

https://razonvsinstinto.blogspot.com/2014/08/instinto-y-cultura-nuestros-verdaderos.html

me pareció interesante compartir dos publicaciones que pueden agregar luz a la cuestión.
Una que analiza un probable futuro en el que a través de los avances tecnológicos el homo sapiens pueda manejar nuevas herramientas que le permitan perfeccionar sus capacidades conductivas que ayuden a superar las complicaciones y obstáculos presentados por nuestro primitivos impulsos en la historia del progreso humano (aclarando que no cierra la discusión sobre la necesidad o no de seguir dependiendo de la actividad de dichos impulsos instintivos) y la otra que intenta explicar de que manera o cuál es el mecanismo fisiológico por el que nuestros instintos influyen o deciden en nuestra vida social, económica y política. 
Observe:

Superhumanos, transhumanos o inhumanos 

¿Podemos y debemos avanzar en la agenda de hibridar biología humana y tecnologías? ¿Debiera haber límites predefinidos en este campo de innovación y creación?

Transhumanos
Transhumanos

En su reciente libro Humanidad Ampliada, el analista Guillermo Oliveto presenta un enfoque holístico muy bien logrado sobre uno de los temas centrales en la agenda global: cómo funciona y qué implicancias puede tener la creciente hibridación entre seres humanos y tecnologías para distintas aplicaciones, especialmente aquellas pensadas para potenciar o mejorar nuestra biología, es decir la diversa y siempre misteriosa composición orgánica con la que afrontamos la existencia.

La fase actual de la Cuarta Revolución Científica y Tecnológica (para algunos ya entramos en la Quinta) multiplica la disponibilidad de nuevos dispositivos de toda índole. La inteligencia artificial, recuperándose sostenidamente del relativo amesetamiento de las últimas décadas (conocido como el “invierno de la IA”), se posiciona como el eje transversal de ese enorme y profundo repertorio de artefactos y sistemas tecnológicos. Cada vez más, hay algoritmos operando detrás de nuestras actividades y decisiones. Se trata de la tecnología multipropósito de mayor impacto y proyección, sacudiendo nuestros supuestos y habilitando todo tipo de expectativas acerca de la evolución de los asuntos humanos, especialmente bajo el imperio de sus técnicas más avanzadas, como el machine y el Deep learning, que ponen a las máquinas a las puertas de la tan mentada autonomía frente a nosotros, hasta ahora creadores y gestores de las mismas.

La danza entre humanos y tecnologías ha ocupado siempre un espacio protagónico en el guión de la historia. Una danza estructurada en la complejidad. Creamos tecnologías que terminan moldeando nuestras actitudes y comportamientos. Fabricamos tecnologías que nos resuelven problemas y configuran nuevos. Diseñamos tecnologías que nos deleitan y apasionan pero que también nos conectan con terrenos de ansiedad, estrés y complejas transiciones para su adopción. En esta dinámica, el saldo puede considerarse positivo para el progreso humano. Nuestra danza con las tecnologías ha sido determinante para la evolución de vidas cortas y precarias a vidas más largas, confortables y significativas. Como expresa con lucidez Yuval Harari en Homo Deus: “El hambre, las pestes y las guerras seguirán existiendo pero ya no son tragedias inevitables fuera de la comprensión y el control por parte de la Humanidad”. Esa ecuación refleja, en buena medida, el triunfo de la Civilización que nos ha traído hasta acá.

Más allá de ello, la prueba de fuego es que esta danza perpetua entre humanos y tecnologías ya no sucede fuera de nosotros mismos, es decir en cuestiones y actividades externas a nuestra biología, sino que comienza a manifestarse en el interior mismo de la naturaleza humana. Integrar, mejorar y reparar aspectos de nuestra biología (cuerpo, mente, emociones) es un aspiracional de la incesante búsqueda de bienestar humano que se traduce en nuevas investigaciones, ensayos y prototipos que abren posibilidades renovadas todo el tiempo y proyectan despliegues acelerados en los próximos años. Todo ello en el marco de miedos, incertidumbres y dilemas éticos de gran escala. ¿Podemos y debemos avanzar en la agenda de hibridar biología humana y tecnologías? ¿Debiera haber límites predefinidos en este campo de innovación y creación? ¿Podemos identificar y acordar cual sería el Rubicón que sería aconsejable no cruzar para el futuro de la Humanidad? ¿Existe necesariamente un costo de deshumanización que convenga asumir en esta inevitable carrera? ¿Hay un método capaz de bajar los riesgos y aprovechar la inteligencia colectiva para llevar ordenadamente este proceso hacia una floreciente humanidad aumentada? ¿O sólo debemos confiar en el devenir espontáneo de la civilización que siempre busca la evolución? ¿Es sensato aceptar la inevitabilidad de la convergencia entre humanos y tecnologías simbolizada en el concepto de “singularidad”?

Estas y otras preguntas reflejan la magnitud del desafío que tenemos por delante en lo que Harari denomina la “nueva agenda humana”. Entre el entusiasmo ilimitado de Ray Kurzweil (Singularity) y Elon Musk, quienes entienden que nuestra fusión con las tecnologías es garantía de supervivencia y evolución humana, y el pesimismo reflexivo de filósofos como Byung-Chul Han o Eric Sadin, quienes alertan sobre las irreparables pérdidas de la condición humana que este proceso terminará generando, se encuentra, como en casi todos los temas, la gran avenida del centro. Esa postura es la que en alguna medida comparten los Harari, Fukuyama y, en el orden local, Oliveto con su acertado libro reciente. “Las mismas tecnologías que pueden convertirnos en superhombres, son las que pueden llevarnos a ser irrelevantes”, expresa Harari como síntesis de este enfoque basado en posibilidades sin determinismos.

No debiéramos intentar frenar este trayecto por el miedo a sus posibles consecuencias, tampoco sentarnos a mirar como un conjunto de super compañías y expertos tecnológicos modelan a su arbitrio la futura evolución humana. El espacio de la sensatez y la cordura supone que es justo ahora, en esta tercera década del siglo XIX, cuando aún estamos a tiempo de organizar nuestra comprensión del fenómeno para construir algún tipo de fórmula colectiva que nos permita conducirlo hacia los mejores resultados posibles para la Humanidad en su conjunto. Como admirablemente expresa Elon Musk, “todo lo que hago es para maximizar las posibilidades de que el mundo sea mejor para las personas”. Pero ya no sólo como un emprendimiento privado de quien es considerado el mejor ingeniero del mundo, sino como un desafío colectivo concertado entre distintos actores con alguna representatividad e impacto en la escena global.

En su monumental Guía para el Cazador Recolector del Siglo 21, los biólogos Heather Heying y Bret Weinstein, se preguntan en tapa: ¿Por qué la sociedad más próspera de la historia tiene un porcentaje tan astronómico de depresión y ansiedad? En el desarrollo de la obra expresan con claridad el fenómeno de disonancia cognitiva que atravesamos los seres humanos en la actualidad: la innovación tecnológica va a una velocidad superior a nuestra capacidad de adaptación y ello pone en riesgo nuestra estabilidad emocional y la capacidad de valernos por nosotros mismos. Según los autores, somos sapiens fruto del enorme bagaje evolutivo que hemos transitado en la historia y en el que siempre se ha destacado nuestra capacidad para procesar trade-offs que nos llevaron a escalones superiores en la obsesión por el crecimiento propia de la condición humana. Pero, al igual que Harari, dichos autores expresan que nunca hemos estado tan en riesgo de autoextinguirnos en la búsqueda de nuestra expansión. En estos años se definen quizás las posibilidades de nuestro destino como superhumanos, transhumanos o inhumanos.

Inhumanos seríamos si caemos en la irrelevancia, la subordinación a la inteligencia artificial y la manipulación de nuestra siempre enigmática combinación de cuerpos, mentes y emocionalidades a través de fórmulas externas a nosotros mismos. Sería el peor escenario. Haber llegado hasta acá en la carrera por salir de la existencia más hostil y precaria, claudicando frente a las manifestaciones de nuestra propia capacidad de creación. Transhumanos seríamos si la singularidad tan promovida en espacios del solucionismo tecnológico se consolida como el camino inexorable. Las tecnologías montadas sobre nuestra biología nos permitirán vivir más, vivir mejor y superar nuestras capacidades naturales en todos los órdenes. Sería fatal no ir tras ello apasionadamente. Pero ya no seríamos Sapiens, sino algo distinto. ¿Mejor o peor? Difícil saberlo. Seríamos transhumanos, es decir un poco cyborgs, humanos con tecnologías implantadas. Finalmente, seríamos superhumanos si nuestra hibridación con las tecnologías, inevitable por cierto, se logra llevar adelante bajo una exitosa mezcla de prudencia y audacia emanada de lo mejor de la inteligencia colectiva y los liderazgos en distintos espacios públicos y privados del mundo. Tremenda misión, claro. Pero como suele decir Harari, es la capacidad de cooperar de manera flexible y a gran escala la gran destreza del Homo Sapiens. Y deberíamos seguir apostando que a través de ella logremos la fórmula para construir una edad de oro basada en una humanidad preservada pero enriquecida a partir de la aplicación precisa, consciente y equitativa de tecnologías para resolver fallos de nuestra biología, extender sus capacidades y liberarnos de limitaciones y sesgos que quizás no debieran ser concebidas como un destino de nuestra especie.

Es más fácil ser pesimista. Pero no nos faltan motivos para ser optimistas. El triunfo del Humanismo ha sido poner nuestros destinos individuales y colectivos en nuestras manos. Es cierto que podemos perderlo todo. Estamos quizás ante la empresa de mayor impacto existencial de la historia. Pero también que tenemos renovados motores para hacerle frente. Como la revolución del sentido y la conciencia en marcha (somos más conscientes que nunca que la vida y el progreso requieren mucho más que bienestar material), como también la mentalidad que desarrollan las nuevas generaciones convirtiéndolos en constructores y guardianes de futuros más equilibrados para la Humanidad y como también la revitalizada secuencia de ciencia e Innovación que opera en el mundo, más abierta, interconectada y diversa, que nos entrega ciclos de ensayo y error más responsables con la construcción de futuro y más amigables con el concurso de regulaciones inteligentes por parte de los Estados. Sólo algunas de las razones para ser optimistas sin ingenuidad. Tenemos la obligación de sumar aportes a esa enorme misión colectiva sin conducción vertical para llevar la humanidad aumentada por tecnologías a la mejor síntesis posible.

Como bien expresan Heying y Weinstein, un mundo perfecto liberado de esos ejercicios de compensaciones y trade-offs, no es viable. Somos producto de la evolución, siempre bajo modalidades transaccionales y poco predecibles. La próxima frontera de la evolución humana será óptima si logramos superar este período de transición siempre en riesgo de hacer estallar la civilización (el mundo es una caldera con múltiples escenarios de riesgo) y somos capaces de construir colectivamente el calibrado justo para ese mega trade-off que tenemos por delante: que cosas podemos ceder y cuales conviene preservar para que la humanidad potenciada por tantas nuevas tecnologías habilite una superhumanidad que nos haga mejores y más felices. La respuesta la tendrán nuestros hijos, cuando en el año 2045 se topen con en esos Centros para el Diseño de la Mente que, según Susan Schneider en su libro Inteligencia Artificial, probablemente existirán dentro de centros comerciales, y cuya oferta de chips, biomarcadores y artefactos de todo tipo para mejorarnos haya sido producto de una fórmula exitosa a través de la cual la inteligencia colectiva de la Humanidad logró preservarse sin renunciar a nuevas posibilidades que siempre conlleva el futuro.


Creo que, conociendo profundamente al homo sapiens, el transhumanismo es inevitable. La actividad de la ambición hace y hará imposible evitar que más y más tecnologías surjan para satisfacer la inacabable ambición humana por destacarse ante los demás. Los "ciborg" aparecerán más tarde o temprano.

Ahora bien, los que leyeron los post sugeridos coincidirán conmigo en que el transhumanismo será beneficioso si, como mínimo, comprende y aprende a convivir con nuestros instintos buscando potenciar lo beneficioso que de ellos deriva y evitar lo perjudicial que ellos provocan.

Si así no lo hicieran, créanme que podría terminar todo en un fenomenal experimento auto destructivo. O constructivo, pero en éste caso sólo si la suerte nos acompañara, pero dados los tremendos cambios esperables no parece muy prudente limitarse a esperar que la suerte esté de nuestro lado.

De ello mi insistencia, desde mi humilde lugar a través de este blog, en difundir estos conceptos.

Vayamos ahora a la otra publicación relacionada que quiero compartir porque explica científicamente de que manera el complejo instintivo protagonista del blog bautizado Zaratustra cuya expresión lo vemos a través de la ambición o a través de su otra faceta conocida con la palabra envidia. Con la ambición liberando endorfinas euforizantes cuando nos vemos superar a los demás en algo que nos resulte de interés o con la envidia cuando alguien nos supera probablemente como mecanismo que evite diferencias de poder que inconscientemente nuestra psiquis percibe que puede poner en riesgo nuestra integridad o identidad (en algún momento de nuestra evolución éste mecanismo seguramente jugaba un papel importante) 

No está demás recordar, de nuevo, como a menudo insisto, que éste fenómeno de la envidia es clave para la supremacía de las ideas socializadoras en todos los rincones del mundo. 

Así que después de observar en la publicación compartida la existencia de herramientas que puedan intervenir sobre nuestra condición humana y los muy probables avances venideros, no sería para nada extraño que se busque intervenir en los procesos fisiológicos relacionados con nuestros impulsos o pasiones y entre ellos sobre la envidia.

Pues bien, la próxima publicación compartida trata sobre el mecanismo fisiológico que provoca la sensación de envidia.

Y de nuevo, si piensan alguna vez actuar sobre ella, mejor que estén prevenidos de lo que acá se transmite sobre ella.

Observe:


La «oscura» molécula que facilita que disfrutemos del mal ajeno

La oxitocina, la hormona del amor, tiene su lado oscuro ya que es la encargada de modular la envidia

En el siglo IV el monje Evagrio el Póntico (345-399) estableció en ocho el número de las pasiones humanas pecaminosas : ira, soberbia, vanidad, envidia, avaricia, cobardía, gula y lujuria. Poco tiempo después el asceta rumano Juan Casiano (360-435) le corrigió, eliminando la vanidad y la cobardía e introduciendo la pereza.

La envidia , el sexto pecado capital, es considerada uno de los pecados más vergonzantes y menos placenteros , sin embargo, es el más social de todos ellos. Pero, ¿qué tiene que decir la ciencia al respecto? ¿Desear lo ajeno tiene bases bioquímicas?

Si nuestro organismo fuese una gran ciudad e l hipotálamo sería la farmacia , puesto que es allí donde se «cocinan» todas nuestras emociones. A pesar de tratarse de una minúscula región cerebral en ella se producen multitud de sustancias químicas –péptidos- que constituyen los ladrillos de las neurohormonas y los neurotransmisores. Entre estas sustancias se encuentra la oxitocina, la llamada «hormona del amor» .

El lado oscuro de la oxitocina

La oxitocina tiene una enorme importancia en nuestra forma de comportarnos en sociedad, ya que juega un papel fundamental en multitud de respuestas como son la agresividad, la generosidad, la empatía, la confianza y la envidia .

Diferentes estudios han demostrado que cuando una persona tiene una emoción positiva hacia otra, la oxitocina la fortalece; por el contrario, si la empatía va en el sentido opuesto, esta hormona se encarga de suscitar emociones negativas. De esta forma, podríamos decir que la oxitocina es un potenciador de los sentimientos sociales.

Hace años un grupo de investigadores de la Universidad de Haifa (Israel) realizó un curioso estudio en cincuenta y seis voluntarios, en los que trataban de analizar la relación que existía entre el comportamiento humano y la oxitocina.

Para llevar a cabo el estudio los científicos administraron oxitocina sintética mediante inhalación a la mitad de los participantes, mientras que a la otra mitad les suministraron placebo. A continuación, ofrecieron a los participantes tres puertas, al tiempo que les explicaban que detrás de una de ellas había mucho dinero y que en el supuesto de que la acertasen se lo podrían quedar.

Placer en el fracaso ajeno

Además, les explicaron –para complicar más el estudio- que cada uno de ellos estaba compitiendo con otra persona, aunque en realidad lo hacía contra una computadora.

Los investigadores observaron que bajo los efectos de la oxitocina los participantes mostraron una mayor envidia cuando obtenían menos dinero y mayor regocijo que los participantes que recibieron placebo, cuando ellos eran los ganadores. En definitiva, la oxitocina tiene un lado oscuro, es la responsable de nuestra envidia.

En un artículo publicado por la prestigiosa revista Science, otro grupo de científicos, en este caso japoneses, dio a conocer un aspecto muy curioso relacionado con la envidia: puede llegar a producirnos placer. ¡Algo verdaderamente asombroso!

Mediante resonancia magnética funcional estos investigadores comprobaron que cuando a una persona que envidiamos tiene una desgracia –económica, personal, laboral…- nuestro cerebro reacciona liberando oxitocina y dopamina –la hormona del placer-, lo cual nos produce una sensación de bienestar.

Este sentimiento es lo que en español conocemos como «regodearnos» y que en alemán se denomina «schandenfreude», un término que ha sido adoptado por otros idiomas y que se podría traducir como «regodearse del mal ajeno». ¡Qué mala es la schandenfreude!

Una última curiosidad, el calificativo «capital» referido a los pecados, no guarda relación con la gravedad de los mismos, sino que indica que de ellos emanan el resto de los pecados.

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación


La inteligencia artificial sumada a los futuros (ya presentes en realidad) implantes de tecnología robótica probablemente puedan manipular las expresiones de nuestros primitivos impulsos y abrirá una nueva historia del pensamiento humano que deberá descubrir qué es deseable y qué no dados los riesgos a los que nos veremos expuestos en caso de caer en errores.

Participar en ese debate es el motivo de este post.

Inicieló si aún no lo ha hecho.




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