¿Finalmente decidió Alberto ir hacia un nuevo 2002-2007?

Desde que comencé con este blog advierto sobre la importancia de la cultura cívica y política en la organización social, económica y política para el buen desempeño de las sociedades.
Cultura que determina en política nada más y nada menos que las posibilidades tiene una Nación de ser gobernada en Democracia.
Y en el área económica, fundamentalmente, hasta dónde es posible llegar con la carga fiscal o intromisión del gobierno en la actividad económica. Superados los guarismos óptimos para la capacidad cultural del pueblo -determinada básicamente por la predisposición ciudadana al cumplimiento de las normas, reglas y leyes que hacen al buen funcionamiento de las instituciones como el banco central, o las encargadas de la recaudación impositiva o las instituciones de la justicia entre otras de no menor importancia- inevitablemente aparecen el despilfarro y la corrupción entre otras desgracias que condenan al fracaso de los planes gubernamentales.
Así como también advierto desde hace años que el momento en que el país superó la capacidad de nuestra cultura de absorber la incidencia del Estado en la economía comenzó en el año 2008. Año en el que por aumentos desmedidos del gasto público y ante la incapacidad de las instituciones económicas de absorber con eficiencia ese aumento sin provocar desequilibrios empujó al gobierno de turno a acudir a recursos que marcan el inicio del seguro fracaso. Tasas de interés negativas respecto de la inflación. Momento bisagra que indicaba que a partir de ese momento el Estado comenzaba a tomar decisiones para las cuales nuestra cultura condena implacablemente al fracaso. A partir de entonces, nuestro destino estaba predeterminado. Una nueva y fenomenal crisis a las que estamos ya acostumbrados nos esperaba. Y la crisis llegó. Lamentablemente más tarde de lo esperable y por tanto, más severa.
La solución para estos desequilibrios imposibles de absorber por nuestra cultura es la reducción del gasto público. Reducción real como la ejecutada por el gobierno de Menem y por tanto la mejor posible o la reducción obligada e ineficiente, pero que alcanza para salir de un feroz drama económico y social, me refiero a una brutal devaluación absorbida por los sectores de poder económicos y fundamentalmente por la sociedad en su conjunto que implica aceptar una baja sustancial de ingresos sin caer en el caos. Requiere obviamente de un poder político muy fuerte porque son medidas que van en contra de la ideología predominante de la ciudadanía y por tanto también contrarios a la ideología del propio poder gobernante toda vez que es muy probable que el gobierno elegido en elecciones libres sea uno que promete políticas que están en las antípodas de todo lo que implica políticas de ajuste para reactivar la economía favoreciendo enormemente a los tenedores de capital. A los "eternos enemigos del pueblo" contra los que ellos estaban "destinados a combatir".
Esta contradicción ideológica conduce a la incapacidad política de llevar a cabo un ajuste real por lo que la única herramienta disponible que queda es la de reducir los gastos del Estado medidos en dólares a valores lo suficientemente bajos como para hacer viable la intervención estatal en la economía. Obviamente, se trata de valores ultra subvalorados para absorber la desconfianza lógica ante semejante escenario político, social y económico.
Por ejemplo, si la carga fiscal para mantener una enorme plantilla de empleados públicos sobrepasa la capacidad organizativa de la sociedad y ante la imposibilidad política de revertir el problema, pues simplemente solo queda dividir el dinero disponible que correspondería para el número de empleados a valores lógicos para el buen funcionamiento del Estado por la cantidad que está demás. Si un salario lógico para un trabajador del Estado es 100$ pero existen 5 veces más de los necesarios, pues simplemente se disminuye un 80% en moneda dura el salario de cada uno de ellos. Con el beneficio adicional de esa baja trasladada también a los salarios privados que favorece la competitividad de la economía. 
¿La fórmula? La archi conocida devaluación de la moneda.
Si se logra esta meta sin caer en el caos social o el desborde inflacionario, es muy probable que siga una recuperación económica desde los sectores exportadores creando un ámbito de optimismo que empuja la actividad económica en muchos otros sectores y suficientes como para empujar la economía hacia adelante. 
Obvia y lamentablemente, al tratarse de una solución ficticia que esconde el verdadero problema, siempre termina en pan para hoy y hambre para mañana a la espera de una nueva crisis a medida que los reclamos salariales vayan elevando nuevamente el peso fiscal del Estado hasta que llegue una nueva crisis. Clara y simple historia que todos los argentinos conocemos pero que al menos nos regala algún tiempo de alivio.
Esta perorata viene a cuento porque en estos momentos de la Argentina estamos ante un escenario en que el gobierno debe decidir si adhiere a este inevitable mecanismo para salir del atolladero o decide continuar el derrotero del desastre que se retroalimenta más cuanto más se resiste a aceptar una realidad imposible de evitar. La realidad de la incapacidad absoluta de mantener semejante carga estatal en la economía sin destruir no solamente los salarios, sino el país todo.
La dicotomía es muy complicada porque la devaluación, lamentablemente única opción ya a esta altura de los acontecimientos, implica contar con un fuerte poder político capaz de absorber la traición que implica a sus bases electorales desde el plano ideológico toda vez que la segunda opción significa seguir fiel a los principios ideológicos pero condenados a un caos económico dificilísimo de contener y administrar.
Hoy escribo este post porque parece que esa dicotomía tuvo una decisión. La de la  devaluación con la traición a las bases entregando la economía a los "malvados especuladores capitalistas destructores de las esperanzas de los pueblos". Abandonar las ideologías sabiendo que significa una brutal traición a las bases y por tanto también sabiendo que se deberá soportar una presión social que probablemente será durísima.
A cambio de la aceptación del riesgo se esperará una reactivación económica de la mano de salarios e impuestos medidos en dólares a niveles pauperrimos. Lo suficientemente pauperrimos como para que cualquier inversión lleve una gran posibilidad de grandes ganancias. Suficientemente grandes como para asumir los riesgos que la situación desesperante del país les muestra.
Son momentos de desalojo de Guernica, la carta de Cristina y la definición de la toma del campo de Echevehere entre otros escenarios claves de la política actual.
Tal vez un nuevo rumbo tome en éstos días el gobierno y al menos unos años de tranquilidad y ámbito económico de optimismo vuelva aunque sea en medio de una enorme pobreza generalizada.
En sincerar la devaluación con el objetivo de contener las consecuencias negativas que a menudo acompañan estas medidas tal vez el gobierno haya decidido apostar.
Ante la imposibilidad absoluta de un ajuste real, al país no le queda otra opción que ésta si quiere evitar ser una nueva Venezuela en la región.
Veremos si se sigue este derrotero o solamente se trata de una falsa alarma para seguir por el camino marcado por el instituto Patria y su presidenta doña Cristina, Cuba, la Cámpora y todas las demás bestias que los acompañan para ir hacia una catástrofe inimaginable.

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