El laissez faire (dejar hacer)


Se solicita ayuda para el azaroso viaje hacia la libertad

Por José Azel

A principios del siglo pasado, a punto de embarcarse en una de sus expediciones, el famoso explorador Sir Ernest Shackleton, publicó el siguiente anuncio en un periódico londinense:

“Se solicitan hombres para un peligroso viaje al Polo Sur. Bajo salario, frío gélido, largos meses en completa oscuridad y peligro constante. Dudoso retorno. Honor y reconocimiento en caso de éxito”.

El  anuncio es considerado uno de los más efectivos jamás recordado. Se cuenta que Shackleton dijo haber recibido una respuesta tan abrumadora que sintió que todos los hombres de Gran Bretaña estaban dispuestos a acompañarlo.

Durante un viaje mío a la Antártida, recordé el anuncio de Sir Shackleton a propósito de que escribir hoy en defensa de las libertades individuales se ha convertido en un viaje arduo y peligroso. Los defensores de las libertades individuales, como Sísifo en la mitología griega, se encuentran repitiendo la tarea de empujar una y otra vez la piedra hacia la montaña, solo para verla rodar en cada ocasión hacia abajo.

La mentalidad socialista-colectivista que impregna la sociedad contemporánea, no perdona. Para ilustrar, tomaré prestada del profesor Laurence Cahoone, una tipología simple de ocho sistemas económicos que he organizado de acuerdo con el nivel de control gubernamental. Esta secuencia va de mayor a menor libertad individual.

1.- Un Estado minimalista, limitado principalmente a proteger nuestra vida, libertad y propiedad, en la tradición del liberalismo clásico.

2.- Un régimen de laissez faire (dejar hacer) capitalista, que toma para el gobierno algunas funciones como la educación pública, y prohíbe ciertos intercambios económicos como la prostitución.

3.- Nacionalismo económico, con apoyo estatal y protección de las industrias domésticas, tal como lo practican algunos gobiernos latinoamericanos.

4.- Progresismo, promotor de que el Estado provea una red de seguridad social de amplio alcance y una extensa regulación de las empresas, sin llegar a transferir al Estado la propiedad de las grandes empresas.

5.- Socialdemocracia, con un Estado de bienestar de la cuna a la tumba, con propiedad privada y libre mercado, pero sujeta a fuertes regulaciones gubernamentales.

6.- Capitalismo de Estado, donde algunas de las mayores industrias son propiedad del Estado y otras propiedad privada, pero sujetas a severa regulación y control del gobierno.

7.- Socialismo, donde las principales industrias son propiedad del Estado o dirigidas por este, pero con un mercado subyacente de bienes de consumo.

8.- Comunismo marxista-leninista, donde todas las propiedades son propiedad del Estado.

Puede haber muchas variaciones de esta lista, pero esta versión es adecuada para ayudar al lector a identificar su ideología económica. Enfatizo que este arreglo deja de lado la dimensión política. Por ejemplo, el capitalismo de Estado puede tener o no matices fascistas.

Los lectores reconocerán que mis escritos caen a favor de la primera categoría: un Estado minimalista libertario; o entre las posiciones uno y dos. Los arreglos económicos que ofrecen máxima libertad personal y mínimos controles gubernamentales protegen que nuestras libertades sean diluidas por lo que algunos llaman la “paradoja de la libertad”.

La paradoja de la libertad establece que un gobierno no controlado conduciría necesariamente a una pérdida de libertad para el pueblo. Esto seria debido a que un gobierno desenfrenado quedaría  libre para imponer controles abrumadores que esclavizarían a una población obediente. Sin embargo, en la mayoría de los sistemas económicos contemporáneos existe la creencia de que los controles ejercidos por los gobiernos son buenos y necesarios.

Esto me lleva de vuelta al éxito de Shackleton al reclutar compañeros para un viaje peligroso pero honorable; y a Sísifo, que lucha para subir la roca sin éxito. Parece que es un viaje igual de peligroso y desesperado empujar la roca de las libertades individuales por una montaña contra la preferencia popular equivocada que desea más controles gubernamentales.

Sin embargo, el filósofo existencialista Albert Camus, en el último capítulo de su ensayo “El mito de Sísifo”, nos dice que Sísifo llega a comprender que la lucha en sí misma es suficiente para llenar el corazón de un hombre, y que, a pesar de lo absurdo de la situación, “uno debe imaginar a Sísifo feliz”.

  1. El laisses faire (dejar hacer) es el generador de riquezas. Nadie duda de ello. No habría progreso económico si no se deja actuar a la pulsión humana que se expresa con la ambición que no tiene otra herramienta para satisfacer sus objetivos que no sea el “hacer” ¿Qué duda cabe? Los regímenes comunistas demuestran con absoluta claridad los resultados económicos cuando se intenta suprimir la actividad de la ambición humana en el área económica. El fracaso lo tienen garantizado. Nadie “hace nada” en el área económica por la sencilla razón de que las herramientas para satisfacer las ambiciones en esos regímenes se encuentran en otras áreas. Habitualmente en las burocráticas -ver "el comunismo y su enemigo imbatible"-.
    Sin embargo, las opciones 3 a la 8 bien descritas por el autor son las que mayoritariamente se imponen en todos los rincones del mundo con un objetivo que los une: la distribución de la riqueza en aras de la “justa igualdad social”.
    Pero ¿Es realmente la igualdad lo que se busca o es simplemente la excusa para satisfacer algo oculto que se impone en las acciones humanas de manera mucho más subconsciente de lo que todos imaginan?
    Si asumimos, como la historia no para de mostrarnos, que cuanto más “dejás hacer” más riquezas surgen de las sociedades y por tanto mejor calidad de vida (entre otra innumerables ventajas), siempre volvemos a la pregunta ¿Por qué poner trabas a ese dejar hacer?
    La respuesta es siempre la misma: porque genera desigualdad social. Sin embargo y asumiendo que sea cierta esa consecuencia del dejar hacer ¿Cuál carajo es el problema de que unos pocos sean muy ricos mientras otros muchos no si asumimos que es la mejor manera para que todos accedan a la mayor cantidad de bienes y servicios posibles más allá de las diferencias sociales que puedan surgir?
    ¿No será que en realidad a los que no quieren “dejar hacer” no les interesa el bienestar de los ciudadanos sino que lo que realmente los moviliza es la oposición a la riqueza de esos pocos?
    Como estoy convencido que lo que moviliza a los justicieros sociales que siempre adhieren a cualquier opción que vaya entre la 3 y la 8 (generalmente prefieren las más cercanas a la 8 y si adoptan una opción cercana a la 3 es por la imposibilidad de acercarse a la 8) son los yates, las mansiones, los coches de lujo, las ostentaciones difíciles de digerir por nuestras pasiones de ese pequeño grupo de millonarios que en la mayoría de los casos no hacen otra cosa que adherir a eso que mencionamos como “dejar hacer”, surge la pregunta que todos deben responderse y es ¿Por qué el dejar hacer difícilmente se impone como ideología en cualquier rincón del planeta que se analice?
    La racionalidad no puede incluirse como respuesta si aceptamos como cierto que el dejar hacer es lo que genera riquezas y progreso, así que la respuesta hay que buscarla en primitivas pasiones humanas.
    Estoy seguro que entre esas pasiones la envidia y el resentimiento juegan un papel protagónico.
    Caso opuesto, todos los gobiernos preferirían las opciones que “dejan hacer” y la enorme mayoría de los ciudadanos eligirian fuera de toda duda que los que “hacen” puedan seguir “haciendo”.

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