Hayek, neoliberalismo, ideología predominante y Zaratustra


A través del blog siempre insisto en que si bien el liberalismo económico es una opción que puede ser muy eficiente para Latinoamérica dado nuestra cultura cívica individualista que impide el correcto funcionamiento de las recurrentemente usadas  políticas socialistas-progresistas-distribucionistas que degeneran en nuestros conocidos populismos, por lo que las políticas liberales serían nuestra mejor opción si no se encontrara con la eterna resistencia opuesta por Zaratustra toda vez que éste incansablemente predispone siempre a las mayorías a privilegiar las ideas opuestas a la que proponen intelectuales como Hayek y todos los que pertenecen a esa escuela de pensamiento.
Reproduzco acá una entrevista publicada en un blog, con algunas respuestas, de Carlos Rangel a Friedreich Hayek extraordinariamente interesante (la entrevista y los comentarios obviamente dejo al criterio del lector) para que pueda observar las dos posturas, la de Hayek y la mía que considera inaplicable sus ideas toda vez que siempre se enfrentará al rechazo popular salvo alguna vez ocurra el milagro de deshacerse de Zaratustra y logren los liberales convencer a la mayoría de la población de sus bondades.
Carlos Rangel entrevistó a Friedrich August von Hayek el 17 de mayo de 1981 acerca del capitalismo y el socialismo en Caracas, Venezuela.
Esta entrevista fue publicada originalmente en junio del mismo año en el diario El Universal de Venezuela.
Esta entrevista que Carlos Rangel le hiciera a F. A. Hayek tuvo lugar en Caracas, Venezuela, el día 17 de mayo de 1981. Fue originalmente publicada en el diario El Universal de Caracas en junio de ese mismo año y ha sido reproducida con la autorización del mismo diario. Aquí puede descargar esta entrevista en formato PDF.
Carlos Rangel: Gran parte de su labor intelectual ha consistido en una comparación crítica entre el capitalismo y el socialismo, entre el sistema basado en la propiedad privada y la economía de mercado, y el sistema basado en la estatización de los medios de producción y la planificación central. Como es bien sabido, usted ha sostenido que el primero de estos sistemas es abrumadoramente superior al segundo. ¿En qué basa usted esa posición?
Friedrich August von Hayek: Yo iría más lejos que la afirmación de una superioridad del capitalismo sobre el socialismo. Si el sistema socialista llegare a generalizarse, se descubriera que ya no sería posible dar ni una mínima subsistencia a la actual población del mundo y mucho menos a una población aun más numerosa. La productividad que distingue al sistema capitalista se debe a su capacidad de adaptación a una infinidad de variables impredecibles, y a su empleo, por vías automáticas, de un enorme volumen de información extremadamente dispersa entre millones y millones de personas (toda la sociedad), información que por lo mismo jamás estará a la disposición de planificadores. En el sistema de economía libre, esa información puede decirse que ingresa de forma continua a una especie de supercomputadora: el mercado, que allí es procesada de una manera no sólo abrumadoramente superior, como usted expresó, sino de una manera realmente incomparable con la torpeza primaria de cualquier sistema de planificación.
CR: Últimamente se ha puesto de moda entre los socialistas admitir que la abolición de la propiedad privada y de la economía de mercado en aquellos países que han adoptado el socialismo, no ha producido los resultados esperados por la teoría. Pero persisten en sostener que algún día, en alguna parte, habrá un socialismo exitoso. Exitoso políticamente, puesto que no sólo no totalitario sino generador de mayores libertades que el capitalismo; y exitoso económicamente. ¿Qué dice usted de esa hipótesis? FAvH: Yo no tengo reprobación moral contra el socialismo. Me he limitado a señalar que los socialistas están equivocados en su manejo de la realidad. Si se tratara de contrastar juicios de valor, un punto de vista divergente al de uno sería por principio respetable. Pero no se puede ser igualmente indulgente con una equivocación tan obvia y tan costosa. Esa masa de información a la que me referí antes, y de la cual el sistema de economía de mercado y de democracia política hace uso en forma automática, ni siquiera existe toda en un momento determinado, sino que está constantemente siendo enriquecida por la diligencia de millones de seres humanos motivados por el estímulo de un premio a su inteligencia y a su esfuerzo. Hace sesenta años Mises demostró definitivamente que en ausencia de una economía de mercado funcional, no puede haber cálculo económico. Por allí se dice a su vez que Oskar Lange refutó a Mises, pero mal puede haberlo hecho ya que nunca ni siquiera lo comprendió. Mises demostró que el cálculo económico es imposible sin la economía de mercado. ¡Lange sustituye “contabilidad” por “cálculo”, y enseguida derriba una puerta abierta demostrando a su vez que la contabilidad, el llevar cuentas, es posible en el socialismo!
CR: Un punto de vista muy extendido consiste en creer que es posible mantener las ventajas de la economía de mercado y a la vez efectuar un grado considerable de planificación que corrija los defectos del capitalismo. FAvH: Esa es una ilusión sin base ni sentido. El mercado emite señales muy sutiles que los seres humanos detectan bien o mal, según el caso, en un proceso que nadie podrá jamás comprender enteramente. La idea de que un gobierno pueda “corregir” el funcionamiento de un mecanismo que nadie domina, es disparatada. Por otra parte, cuando se admite una vez la bondad del intervencionismo gubernamental en la economía, se crea una situación inestable, donde la tendencia a una intervención cada vez mayor y más destructiva será finalmente incontenible. Claro que no se debe interpretar esto en el sentido que no se deba reglamentar el uso de la propiedad. Por ejemplo, es deseable y necesario legislar para que las industrias no impongan a la sociedad el costo que significa la contaminación ambiental. CR: En su juventud usted creyó en el socialismo. ¿Cuándo y por qué cambió usted tan radicalmente?
FAvH: La idea de que si usamos nuestra inteligencia nosotros podremos organizar la sociedad mucho mejor, y hasta perfectamente, es muy atractiva para los jóvenes. Pero tan pronto como inicié mis estudios de economía, comencé a dudar de semejante utopía. Justamente entonces, hace exactamente casi sesenta años, Ludwig von Mises publicó en Viena el artículo donde hizo su famosa demostración de que el cálculo económico es imposible en ausencia del complejísimo sistema de guías y señales que sólo puede funcionar en una economía de mercado. Ese artículo me convenció completamente de la insensatez implícita en la ilusión de que una planificación central pueda mejorar en lo más mínimo la sociedad humana. Debo decir que a pesar del poder de convicción de ese artículo de Mises, luego me di cuenta de que sus argumentos eran ellos mismos demasiado racionalistas. Desde entonces he dedicado mucho esfuerzo a plantear la misma tesis de una manera un tanto diferente. Mises nos dice: Los hombres deben tener la inteligencia para racionalmente escoger la economía de mercado y rechazar el socialismo. Pero desde luego no fue ningún raciocinio humano lo que creó la economía de mercado, sino un proceso evolutivo. Y puesto que el hombre no hizo el mercado, no lo puede desentrañar jamás completamente o ni siquiera aproximadamente. Reitero que es un mecanismo al cual todos contribuimos, pero que nadie domina. Mises combinó su creencia en la libertad con el utilitarismo, y sostuvo que se puede y se debe, mediante la inteligencia, demostrar que el sistema de mercado es preferible al socialismo, tanto política como económicamente. Por mi parte creo que lo que está a nuestro alcance es reconocer empíricamente cuál sistema ha sido en la práctica beneficioso para la sociedad humana, y cuál ha sido en la práctica perverso y destructivo.
CR: ¿Por qué usted, un economista, escribió un libro político como El camino hacia la servidumbre (The Road to Serfdom, 1943) una de cuyas consecuencias no podía dejar de ser una controversia perjudicial a sus trabajos sobre economía?
FAvH: Yo había emigrado a Inglaterra varios años antes; y aún antes de que sobreviniera la segunda guerra, me consternaba que mis amigos ingleses “progresistas” estuvieran todos convencidos de que el nazismo era una reacción antisocialista. Yo sabía, por mi experiencia directa del desarrollo del nazismo, que Hitler era él mismo socialista. El asunto me angustió tanto que comencé a dirigir memoranda internos a mis colegas en la London School of Economics para tratar de convencerlos de su equivocación. Esto produjo entre nosotros conversaciones y discusiones de las cuales finalmente surgió el libro. Fue un esfuerzo por persuadir a mis amigos ingleses de que estaban interpretando la política europea en una forma trágicamente desorientada. El libro cumplió su cometido. Suscitó una gran controversia y hasta los socialistas ingleses llegaron a admitir que había riesgos de autoritarismo y de totalitarismo en un sistema de planificación central. Paradójicamente donde el libro fue recibido con mayor hostilidad fue en el supuesto bastión del capitalismo: los Estados Unidos. Allí había en ese entonces una especie de inocencia en relación a las consecuencias del socialismo, y una gran influencia socialista en las políticas del “Nuevo Trato” roosveltiano. A todos los intelectuales estadounidenses, casi sin excepción, el libro apareció como una agresión a sus ideales y a su entusiasmo. CR: En Los fundamentos de la libertad, que es de 1959, usted afirma lo siguiente de manera terminante: “En Occidente, el socialismo está muerto”. ¿No incurrió usted en un evidente exceso de optimismo?
FAvH: Yo quise decir que está muerto en tanto que poder intelectual; vale decir, el socialismo según su formulación clásica: la nacionalización de los medios de producción, distribución e intercambio. El ánimo socialista, ya mucho antes de 1959 había, en Occidente, buscado otras vías de acción a través del llamado “Estado Bienestar” (Welfare State) cuya esencia es lograr las metas del socialismo, no mediante nacionalizaciones, sino por impuestos a la renta y al capital que transfieran al Estado una porción cada vez mayor del PTB (Producto Total Bruto), con todas las consecuencias que eso acarrea.
CR: Sin embargo, François Miterrand acaba de ser electo presidente de Francia habiendo ofrecido un programa socialista bastante clásico, en cuanto que basado en extensas nacionalizaciones…
FAvH: Pues va a meterse en líos terribles.
CR: Pero eso no refuta el hecho de que su oferta electoral fue socialista, y fue aceptada por un país tan centralmente occidental como Francia, bastante después de que usted extendiera la partida de defunción del socialismo en Occidente.
FAvH: Usted tiene toda la razón. Me arrincona usted y me obliga a responderle que nunca he podido comprender el comportamiento político de los franceses…
CR: Permítame ser abogado del diablo. Se puede argumentar con mucha fuerza que no sólo no está muerto el socialismo en Occidente, sino que tal como lo sostuvo Marx, es el capitalismo el sistema que se ha estado muriendo y que se va a morir sin remedio. Es un hecho que muy poca gente, aún en los países de economía de mercado admirable y floreciente, parecen darse cuenta de que el bienestar y la libertad que disfrutan tiene algo que ver con el sistema capitalista, y a la vez tienden a atribuir todo cuanto identifican como reprobable en sus sociedades, precisamente al capitalismo.
FAvH: Eso es cierto, y es una situación peligrosa. Pero no es tan cierto hoy como lo fue ayer. Hace cuarenta años la situación era infinitamente peor. Todos aquellos a quienes he llamado “diseminadores de ideas de segunda mano”: maestros, periodistas, etc., habían sido desde mucho antes conquistados por el socialismo y estaban todos dedicados a inculcar la ideología socialista a los jóvenes y en general a toda la sociedad, como un catecismo. Parecía ineluctable que en otros veinte años el socialismo abrumaría sin remedio al liberalismo. Pero vea usted que eso no sucedió. Al contrario, quienes por haber vivido largo tiempo podemos comparar, constatamos que mientras los dirigentes políticos siguen empeñados por inercia en proponer alguna forma de socialismo, de asfixia o de abolición de la economía de mercado, los intelectuales de las nuevas generaciones están cuestionando cada vez más vigorosamente el proyecto socialista en todas sus formas. Si esta evolución persiste, como es dable esperar, llegaremos al punto en que los diseminadores de ideas de segunda mano a su vez se conviertan en vehículos del cuestionamiento del socialismo. Es un hecho recurrente en la historia que se produzca un descalco entre la práctica política y la tendencia próxima futura de la opinión pública, en la medida en que ésta está destinada a seguir por el camino que están desbrozando los intelectuales, que será enseguida tomado por los subintelectuales (los diseminadores de ideas de segunda mano) y finalmente por la mayoría de la sociedad. Es así como puede ocurrir lo que hemos visto en Francia: que haya todavía una mayoría electoral para una ideología —el socialismo— que lleva la muerte histórica inscrita en la frente. CR: Según el marxismo la autodestrucción de la sociedad capitalista ocurrirá inexorablemente por una de dos vías, o por sus efectos combinados y complementados: (1) La asfixia de las nuevas, inmensas fuerzas productivas suscitadas por el capitalismo, por la tendencia a la concentración del capital y a la disminución de los beneficios. (2) La rebelión de los trabajadores, desesperados por su inevitable pauperización hasta el mínimo nivel de subsistencia. Ni una cosa ni la otra han sucedido. En cambio se suele pasar por alto una tercera crítica de Marx a la sociedad liberal, terriblemente ajustada a lo que sí ha venido sucediendo: “La burguesía (leemos en el Manifiesto comunista) no puede existir sin revolucionar constantemente los instrumentos de producción y con ello las relaciones sociales. En contraste, la primera condición de existencia de las anteriores clases dominantes fue la conservación de los viejos modos de producción. Lo que distingue la época burguesa de todas las anteriores, es esa constante revolución de la producción, esa perturbación de todas las condiciones sociales, esa inseguridad y agitación eternas. Todas las relaciones fijas, congeladas, son barridas junto con su secuela de opiniones y prejuicios antiguos y venerables. Todas las opiniones que se forman nuevas, a su vez se hacen anticuadas antes de que puedan consolidarse. Todo cuanto es sólido se disuelve en el aire. Todo lo sagrado es profanado. Y así el hombre se encuentra por fin obligado a enfrentar, con sus sentidos deslastrados, sus verdaderas condiciones de vida, y sus verdaderas relaciones con sus semejantes”. ¿No corresponde en efecto esa descripción a lo que sucede en la sociedad capitalista? ¿Y no es eso suficiente para explicar el desapego de tanta gente a las ventajas de esa sociedad sobre su alternativa socialista? FAvH: En cierto sentido sí. Lo que usted llama ventajas del sistema capitalista, han sido posibles, allí donde la economía de mercado ha dado sus pruebas, mediante la domesticación de ciertas tendencias o instintos de los seres humanos, adquiridos durante millones de años de evolución biológica y adecuados a un estadio cuando nuestros antepasados no tenían personalidad individual. Fue mediante la adquisición cultural de nuevas reglas de conducta que el hombre pudo hacer la transición desde la microsociedad primitiva a la microsociedad civilizada. En aquella los hombres producían para sí mismos y para su entorno inmediato. En esta producimos no sabemos para quién, y cambiamos nuestro trabajo por bienes y servicios producidos igualmente por desconocidos. De ese modo la productividad de cada cual y por ende la del conjunto de la sociedad ha podido llegar a los niveles asombrosos que están a la vista. Ahora bien, la civilización para funcionar y para evolucionar hasta el estadio de una economía de mercado digna de ese nombre requiere, como antes dije, remoldear al hombre primitivo que fuimos, mediante sistemas legales y sobre todo a través del desarrollo de cánones éticos culturalmente inculcados, sin los cuales las leyes serían por lo demás inoperantes. Es importante señalar que hasta la revolución industrial esto no produjo esa incomprensión, hoy tan generalizada, sobre las ventajas de la economía de mercado; un gran paradoja, en vista que ha sido desde entonces cuando este sistema ha dado sus mejores frutos en forma de bienes y servicios, pero también de libertad política, allí donde ha prevalecido. La explicación es que hasta el siglo XVIII las unidades de producción eran pequeñas. Desde la infancia todo el mundo se familiarizaba con la manera de funcionar de la economía, palpaba eso que llamamos el mercado. Fue a partir de entonces que se desarrollaron las grandes unidades de producción, en las cuales (y en esto Marx vio justo) los hombres se desvinculan de una comprensión directa de los mecanismos y por lo tanto de la ética de la economía de mercado. Esto tal vez no hubiera sido decisivo sino hubiera coincidido con ciertos desarrollos de las ideas que no fueron por cierto causados por la revolución industrial, sino que en su origen la anteceden. Me refiero al racionalismo de Descartes: el postulado de que no debe creerse en nada que no pueda ser demostrado mediante un razonamiento lógico. Esto, que en un principio se refería al conocimiento científico, fue enseguida trasladado a los terrenos de la ética y de la política. Los filósofos comenzaron a predicar que la humanidad no tenía por qué continuar ateniéndose a normas éticas cuyo fundamento racional no pudiese ser demostrado. Hoy, después de dos siglos, estamos dando la pelea —la he dado yo toda mi vida— por demostrar que hay fortísimas razones para pensar que la propiedad privada, la competencia, el comercio (en una palabra, la economía de mercado) son los fundamentos de la civilización y desde luego de la evolución de la sociedad humana hacia la tolerancia, la libertad y el fin de la pobreza. Pero cuando la ética de la economía de mercado fue de pronto cuestionada en el siglo XVIII por Rousseau y luego, con la fuerza que sabemos, por Marx, parecía no haber defensa posible ni manera de objetar la proposición de que era posible crear una “nueva moral” y un “hombre nuevo”, conformes ambos, por lo demás, a la “verdadera” naturaleza humana, supuestamente corrompida por la civilización y más que nunca contradicha por el capitalismo industrial y financiero. Debo decir que para quien persista en estar persuadido por la ilusión rousseaunania-marxista de que está en nuestro poder regresar a nuestra “verdadera” naturaleza con tal de abolir la economía de mercado, la argumentación socialista resultará irresistible. Por fortuna ocurre que va ganando terreno la convicción contraria, por la constatación de que prácticamente todo cuanto estimamos en política y en economía deriva directamente de la economía de mercado, con su capacidad de sortear los problemas y de hallar soluciones (en una forma que no puede ser sustituida por ningún otro sistema) mediante la adaptación de un inmenso número de decisiones individuales a estímulos que no son ni pueden ser objeto de conocimiento y mucho menos de catalogación y coordinación por planificadores. Nos encontramos, pues, en la posición siguiente (y espero que esto responda a su pregunta): (1) La civilización capitalista, con todas sus ventajas, pudo desarrollarse porque existía para ella el piso de un sistema ético y de un conjunto orgánico de creencias que nadie había construido racionalmente y que nadie cuestionaba. (2) El asalto racionalista contra ese fundamento de costumbres, creencias y comportamientos, en coincidencia con la desvinculación de la mayoría de los seres humanos de aquella vivencia de la economía de mercado que era común en la sociedad preindustrial, debilitó casi fatalmente a la civilización capitalista, creando una situación en la cual sólo sus defectos eran percibidos, y no sus beneficios. (3) Puesto que el socialismo ya no es una utopía, sino que ha sido ensayado y están a la vista sus resultados, es ahora posible y necesario intentar rehabilitar la civilización capitalista. No es seguro que este intento sea exitoso. Tal vez no lo será. De lo que si estoy seguro es de que en caso contrario (es decir, si el socialismo continúa extendiéndose) la actual inmensa y creciente población del mundo no podrá mantenerse, puesto que sólo la productividad y la creatividad de la economía de mercado han hecho posible esto que llaman la “explosión demográfica”. Si el socialismo termina por prevalecer, nueve décimos de la población del mundo perecerán de hambre, literalmente.
CR: Algunos de los más eminentes y profundos pensadores liberales, como Popper y Schumpeter, han expresado el temor de que la sociedad liberal, no obstante ser incomparablemente superior al socialismo, sea precaria y tal vez no sólo no esté destinada a extenderse al mundo entero —como se pensó hace un siglo— sino que termine por autodestruirse, aún allí donde ha florecido. Karl Popper señala que el proyecto socialista responde a la nostalgia que todos llevamos dentro, por la sociedad tribal, donde no existía el individuo. Schumpeter sostuvo que la civilización capitalista, por lo mismo que es consustancial con el racionalismo, el libre examen, la crítica constante de todas las cosas, permite, pero además propicia, estimula y hasta premia el asalto ideológico contra sus fundamentos, con el resultado de que finalmente hasta los empresarios dejan de creer en la economía de mercado. FAvH: En efecto, Joseph Schumpeter fue el primer gran pensador liberal en llegar a la conclusión desoladora de que el desapego por la civilización capitalista, que ella misma crea, terminará por conducir a su extinción y que, en el mejor de los casos, un socialismo de burócratas administradores está inscrito en la evolución de las ideas. Pero no olvidemos que Schumpeter escribió estas cosas (en Capitalismo, socialismo y democracia) hace más de cuarenta años. Ya he dicho que en el clima intelectual de aquel momento, el socialismo parecía irresistible y con ellos la segura destrucción de las bases mínimas de la existencia de la mayoría de la población del mundo. Esto último no lo percibió Schumpeter. Era un liberal, como usted ha dicho, y además un gran economista, pero compartía la ilusión de muchos en nuestra profesión de que la ciencia económica matemática hace posible una planificación tolerablemente eficiente. De modo que, a pesar de estar él mismo persuadido de que la economía de mercado es preferible, suponía soportable la pérdida de eficiencia y de productividad inevitable al ser la economía de mercado donde quiera sustituida por la planificación. Es decir, que no se dio cuenta Schumpeter hasta qué punto la supervivencia de la economía de mercado, por lo menos allí donde existe, es una cuestión de vida o muerte para el mundo entero.
CR: Eso puede ser cierto, y de serlo debería inducir a cada hombre pensante a resistir el avance del socialismo. Pero lo que vemos (y de nuevo me refiero a Schumpeter) es que los intelectuales de Occidente, con excepciones, han dejado de creer que la libertad sea el valor supremo y además la condición óptima de la sociedad. Ni siquiera el ejemplo de lo que invariablemente le sucede a los intelectuales en los países socialistas, los desanima de seguir propugnando el socialismo para sus propios países y para para el mundo. FAvH: Para el momento cuando Schumpeter hizo su análisis y descripción del comportamiento de los intelectuales en la civilización capitalista, yo estaba tan desesperado y era tan pesimista como él. Pero ya no es cierto que sean pocas las excepciones. Cuando yo era muy joven, sólo algunos ancianos (entre los intelectuales) creían en las virtudes y en las ventajas de la economía libre. En mi madurez, éramos un pequeño grupo, se nos consideraba excéntricos, casi dementes y se nos silenciaba. Pero hoy, cuarenta años más tarde, nuestras ideas son conocidas, son escuchadas, están siendo debatidas y consideradas cada vez más persuasivas. En los países periféricos los intelectuales que han comprendido la infinita capacidad destructiva del socialismo todavía son pocos y están aislados. Pero en los países que originaron la ideología socialista —Gran Bretaña, Francia, Alemania— hay un vigoroso movimiento intelectual a favor de la economía de mercado como sustento indispensable de los valores supremos del ser humano. Los protagonistas de este renacimiento del pensamiento liberal son hombres jóvenes, y a su vez tienen discípulos receptivos y atentos en sus cátedras universitarias. Debo admitir, sin embargo, que esto ha sucedido cuando el terreno perdido había sido tanto, que el resultado final permanece en duda. Por inercia, los dirigentes políticos en casi todos los casos siguen pensando en términos de la conveniencia, o en todo caso de la inevitabilidad de alguna forma de socialismo y, aún liberales, suponen políticamente no factible desembarazar a sus sociedades de todos los lastres, impedimentos, distorsiones y aberraciones que se han ido acumulando, incorporados a la legislación, pero también a las costumbres de la administración pública, por la influencia de la ideología socialista. Es decir, que el movimiento político persiste en ir en la dirección equivocada; pero ya no el movimiento intelectual. Esto lo digo con conocimiento de causa. Durante años, tras la publicación de El camino de la servidumbre, me sucedía que al dar una conferencia en alguna parte, frente a públicos académicos hostiles, con un fuerte componente de economistas persuadidos de la omnipotencia de nuestra profesión y en la consiguiente superioridad de la planificación sobre la economía de mercado, luego se me acercaba alguien y me decía: quiero que sepa que yo por lo menos estoy de acuerdo con usted. Eso me dio la idea de fundar la Sociedad Mont Pelerin, para que estos hombres aislados y a la defensiva tuvieran un nexo, conocieran que no estaban solos y pudieran periódicamente encontrarse, discutir, intercambiar ideas, diseñar planes de acción. Pues bien, treinta años más tarde parecía que la Sociedad Mont Pelerin ya no era necesaria, tal era la fuerza, el número, la influencia intelectual en las universidades y en los medios de comunicación de los llamados neoliberales. Pero decidimos mantenerla en actividad porque nos dimos cuenta de que la situación en que habíamos estado años antes en Europa, en los Estados Unidos y en el Japón, es la situación en la cual se encuentran hoy quienes defienden la economía de mercado en los países en desarrollo y más bien con mucha desventaja para ellos, puesto que se enfrentan al argumento de que el capitalismo ha impedido o frenado el desarrollo económico, político y social de sus países, cuando lo cierto es que nunca ha sido verdaderamente ensayado.
CR: Una de las maneras más eficaces que han empleado los ideólogos socialistas para desacreditar el pensamiento liberal, es calificarlo de “conservador”. De tal manera que, casi todo el mundo está convencido, de buena fe, de que usted es un conservador, un defensor a ultranza del orden existente, un enemigo de toda innovación y de todo progreso. FAvH: Estoy tan consciente de eso que dediqué todo el último capítulo de mi libro Los fundamentos de la libertad precisamente a refutar esa falacia. En ese capítulo cito a uno de los más grandes pensadores liberales, Lord Acton, quien escribió: “Reducido fue siempre el número de los auténticos amantes de la libertad. Por eso, para triunfar, frecuentemente debieron aliarse con gente que perseguían objetivos bien distintos a los que ellos propugnaban. Tales asociaciones, siempre peligrosas, a veces han resultado fatales para la causa de la libertad, pues brindaron a sus enemigos argumentos abrumadores”. Así es: los verdaderos conservadores merecen el descrédito en que se encuentran, puesto que su característica esencial es que aman la autoridad y temen y resisten el cambio. Los liberales amamos la libertad y sabemos que implica cambios constantes, a la vez que confiamos en que los cambios que ocurran mediante el ejercicio de la libertad serán los que más convengan o los que menos daño hagan a la sociedad. Share the post "Entrevista de Carlos Rangel a Hayek sobre Capitalismo y Socialismo en Venezuela"


Responses to “Entrevista de Carlos Rangel a Hayek sobre Capitalismo y Socialismo en Venezuela”

razonvsinstinto

 31 December 2017
A pesar de las enormes evidencias que muestran al liberalismo o neoliberalismo, o como quieran llamarlo, como un extraordinariamente eficiente sistema político económico, no existe un lugar en el mundo con la única excepción de los EEUU (no siempre) dónde este sistema goce de las simpatías de las mayorías.
China, gobernada por un partido que se dice comunista a pesar de que práctica cualquier cosa menos algo que pueda asimilarse a un comunismo, necesita llamar comunista al partido gobernante porque saben que si le cambian el nombre por liberal no durarían una semana en el gobierno. India es gobernado insistentemente por partidos políticos asociados a distintas variantes del socialismo y utilizan las políticas de libre mercado de la manera más subrepticia posible para no enfrentar la desaprobación y rechazo consecuente de las grandes mayorías.
Todo “el mundo musulmán” si bien sus preferencias ideológicas políticas están fuertemente influidas por las creencias religiosas, nunca sus propuestas siquiera pueden acercarse a nada que tenga que ver con la libertad económica y capitalismo. Nombrar la palabra capitalismo y liberalismo en esa región del planeta es como nombrar a Judas.
África entera se pasa de revolución en revolución socialista que unos avivados a sabiendas que la enorme mayoría añora sistemas políticos y económicos socialistas e intervencionistas, en su nombre se apropian del poder para después terminar “esquilmando” al pueblo en nombre de una supuesta revolución.
Latinoamérica es la región de la justicia social, del socialismo bolivariano, del Che y de todo aquello que representa la lucha contra los explotadores capitalistas y dónde no tiene la más mínima posibilidad de existir un partido político llamado liberal (llamarlo neoliberal sería ya directamente un suicidio político).
Europa toda es la región del estado de bienestar y solamente acceden los liberales para introducir una pocas reformas “permitidas” cuando se producen los reiterados ahogamientos de la economía por la muchas veces insostenibles presiones fiscales.
La pregunta es ¿Por qué si es tan eficiente para producir bienes, riqueza, innovaciones, tecnologías que curan enfermedades y lograr multiplicar la producción de alimentos entre otras infinidades de logros, el liberalismo o neoliberalismo es tan resistido en todos los rincones del planeta?
Por nuestras pulsiones o instintos.
No existe otra explicación y es esa resistencia la que hace desaconsejable la utilización del neoliberalismo.
Nadie tiene derecho a imponer un sistema que la mayoría no quiere.
Además, ningún sistema funciona bien si padece del rechazo popular.
Si las mayorías privilegiaran o apoyara las iniciativas neoliberales, probablemente se impondría fácilmente en todo el planeta y sería extraordinariamente beneficiosa como lo cree Hayek y los que piensan como él.
Pero no es éste el caso y por eso no les queda otra opción que insistir en la divulgación de sus ideas como hasta ahora y sin éxito. Como de hecho aún sucede.
El homo sapiens impulsado por instinto busca competir, superar a los demás y de este principio deriva el éxito del emprendimiento individual con los emprendedores y empresarios como sus representantes paradigmáticos. De aquí al capitalismo como nuestro sistema conductor solamente hay que seguir unos pocos pasos.
Pero capitalismo de mercado con tantas trabas como a los homo sapiens nos es permitido, cuyo único límite que no es posible acceder se llama comunismo -ver el comunismo y su enemigo imbatible- y no como Hayek y los que piensan como él proponen.
Las trabas al libre mercado surgen inevitablemente porque así como el instinto nos presiona para competir y superar, también el instinto en los que no pertenecemos al grupo de aquellos que lograron sacar ventajas, nos presiona para que evitemos los afortunados saquen más ventajas y hacer lo posible para acercar posiciones.
El resultado inevitable al ser minorías los ricos y afortunados y mayorías los que van en los “vagones de cola” es la mayoritaria predilección ideológica siempre por aquello que prometa distribucionismo, intervencionismo y justicia social.
Por suerte, las políticas socialistas no comunistas cuando cuentan con una cultura adecuada (colectivista como la de los europeos o japoneses) son realmente eficientes, y al menos para mí, preferibles por justas al liberalismo económico sin trabas.
El liberalismo de Hayek sería ideal en los pueblos con cultura individualista, que es lo mismo que decir en todo el mundo subdesarrollado, pero siempre encontrará la resistencia de nuestros instintos que siempre privilegian la distribución e intervención estatal de la economía.
Y así es desde que se conoce un sistema económico llamado liberalismo de mercado.
Hoy sigue siendo igual. Hayek puede tener razón, pero el instinto del homo sapiens así como Hayek piensa, no quiere sean las cosas.
Y mientras pertenezcamos a la especie homo sapiens, así seguirá siendo.
Si algún día, probablemente milagro de por medio, los liberales logran convencer a la mayoría de los ciudadanos del mundo que su sistema es exelente para generar progreso y desarrollo, venciendo a su principal oponente llámese Zaratustra, entonces ese día tal vez se puedan utilizar sus políticas sin trabas a la que estamos acostumbrados y sin el escollo durísimo que representa la continua e inacabable amenaza para el liberalismo que representa la vuelta, una y otra y otra vez de los destructivos socialistas latinoamericanos.


  Hector   
1 January 2018 at 4:56 pm

Hayek tiene toda la razon no cabe duda! pero de que riqueza habla este senor que jamas conocio la pobreza al no ser de nombre,la riqueza que habla este senor es la riqueza a nivel de corporaciones y el aumnento del PIB para las naciones que aplican este sistema economico de corte liberal, al extremo.muy poco conociddo como NEOLIBERAL,SISTEMA que prefiere mantenerse en el ANONIMATO por muchas razones Hayek sabia perfectamente que la reduccion de impuestos a las corporaciones equivaldria a la eliminacion de subsidios a campesino y otras instituciones,la reduccion o eliminacion de ayuda del estado a pobres y algunas clases medias con frontera a pobre,eso era muy sabido por Hayek,cual a sido el resultado de esta politica aplicada en muchos lugares,les dare un simple ejemplo. HABLEMOS DE LA HAMBRUNA. Parece que nadie se a enterado o eso parece que 3,7 millones de personas son victimas de hambruna o hambre al extremo en los ultimos anos en el continente africano,y no solo paises de paises que padecen de sequias o guerras internas internas,segun cifras de la ONU, de estos 3,7 millones de personas carente de alimento y agua 2,3 millones son ninos que se encuentran en estado de desnutricion severa,segun cifras del UNICEF en estos momentos 780,000 menores estan al borde de la muerte,la ONu y otros Organismo Internacionales han pedido ayuda,pero la ayuda a sido muy escaza,la mayor de las ayudas han sido por grupos de individuos de la ONG que no representan ninguna institucion conocida a nivel internacoonal,la muerte por hambre y por enfermedades sobre pasan los 300,000 mil la mayoria ninos y como no existe servicios de salud a los ciudadanos y no se educa a la poblacion de sistema de salubridad el HIV,tampoco existe presupuesto alguno, hay contagiados en el cono africano 7,000,000 de personas incluyendo a ninos,de estos paises puedo mencionar algunos como por ejemplo GUINEA ECUATORIAL,Gabon,SEYCHELLES,NIGERIA etc.etc paises con un enorme PIB ricos en petroleo,Diamentes,oro,Uranio,y eso era sabido por HAYEK,MOISES,WEISER,cuando Hayek visita Chile cuando la dictadura de Pinochet recuerdo lo dicho por este senor–Hayek–ME SIENTO MAS COMODO EN UNA DICTADURA NEOLIBERAL,QUE EN UN GOBIERNO DEMOCRATICO.claro las democracias regulan las dictaduras no.


razonvsinstinto 
2 January 2018

Es absolutamente cierto amigo Héctor que las injusticias como las que ud bien recuerda son injustificables y que el sistema económico que rige a nivel global, llámese capitalismo de mercado del cual Hayek hace una especie de “religión”, es en gran parte responsable de que estos hechos se nos presenten en la cara sin que podamos hacer algo que revierta la situación.
Lamentablemente es tan compleja la cuestión que resulta tremendamente difícil determinar qué o quiénes son los responsables de ello si es que existe un responsable. Partiría el análisis desde una definición
¿Existe lo justo y lo injusto?
Si creemos que en realidad nada es justo o injusto sino que simplemente tratamos de acceder a lo que nuestras posibilidades lo permiten dentro del contexto que nos toca vivir y desde esa posición sacar el mayor provecho posible en detrimento o no de lo que pueda suceder a los demás, postura que puede definirse además de maquiavélico, de pragmatismo extremo; entonces nada hay para endilgar culpas a nadie.
Y como el capitalismo y estoy convencido de ello, no es producto de la razón, del análisis y programación de los hechos (los capitalistas mismos lo admiten toda vez que rechazan cualquier iniciativa que tenga que ver con la palabra planificación, entre lo que puede incluirse la planificación de la eliminación, por ejemplo, de un drama tan severo como el de la muerte de niños por desnutrición crónica en África), no es fácil hecharle culpas.
El capitalismo cree que debemos dejar que los hechos se sigan conduciendo por lo que una “mano invisible” determina y esperar a que los beneficios y las soluciones a los problemas lleguen, más tarde o temprano.
Tal vez acertados, no tenemos manera de saber toda vez que no es la razón o la programación lo que conduce los hechos, sino una continua adaptación y progresión de nuevos acontecimientos que como dice Hayek, va elaborando y procesando el sistema, único capaz de hacerlo dado la enormidad de la información a procesar incapaz de hacerlo consciente y controladamente el hombre.
En este marco, solamente queda dar el mejor espacio y ambiente al capitalismo, llámese liberalismo o neoliberalismo, para que haga su tarea con la mayor efectividad posible.
Más trabas se ponen, más tardará en llegar el beneficio. Repito, tal vez sea así y entonces nada hay que responsabilizar al sistema. Simplemente no hay culpas ni culpables.
No es otra cosa que lo que nos toca vivir. “Y a llorar al palo mayor”.
Sin embargo, si partimos desde una definición donde se acepta que existe lo justo, por tanto también lo injusto, quedaría por definir si es injusto o no que existan tantos niños que mueren de hambre cada año. Desde esta posición se podría hacer muchas defensas a la comunidad internacional para evitar culpas, entre ellas, que es responsabilidad del pueblo en cuestión dónde se dan los hechos; y si las corporaciones multinacionales, que hacen sus negocios en esas tierras, están involucradas en la situación económica, pues solamente están de “visitantes’ y no de gobernantes, etcétera, etcétera. Hasta las corporaciones pueden alegar que si no fuera por su presencia, la situación podría ser aún mucho peor, tal vez incluso con la verdad de su lado. Lo justo o injusto, lo moral o inmoral queda relegado a los "resultados".
Creo que lo cierto al fin y al cabo es que es una enorme injusticia y que abundan tantas injusticias que sería imposible enumerarlas y que como especie que se supone estamos en un escalón de la evolución superior al resto de las especies animales, deberíamos poder solucionar, al menos injusticias tan graves como la muerte de niños por inanición. Hay responsables y culpables, nos guste o no.
Pero el gran problema, está en que aunque nadie o muy pocos lo reconozcan y aunque parezca increíble, lo que nos separa del comportamiento de cualquier otra especie del reino animal, es muchísimo menos de lo que creemos -“Progresamos o solamente vamos tras nuestro inevitable destino”- - “un teléfono móvil en Babilonia”-
Aún estamos a siglos de aspirar a que una verdadera humanidad nos conduzca.
Aún estaremos probablemente por siglos bajo la dependencia de nuestros más primitivos instintos para proveernos de nuestros bienes de subsistencia.
Aún ni siquiera podemos soñar la posibilidad de conducirnos por algo diferente al capitalismo de mercado (o como quiera definirse el sistema que nos rige). Y el capitalismo no es otra cosa que dejar a la egoísta ambición nos lleve al destino más conveniente posible. Egoísta ambición que no es otra cosa que la consecuencia de la actividad de un instinto que nos presiona por competir, superar, mostrar nuestro ego. Instinto seguramente igual al de un chimpancé.
Y es tan compleja la situación que si se quiere planificar políticas que, con absoluta justicia, intenten revertir la triste situación de tanta gente en todo el planeta, los resultados generalmente son peores a los que teníamos previamente.
Es extraño, pero a través de las injusticias, después llegan los alivios de situaciones que de otra manera muchas veces estarían peor.
Ejemplos dónde se intentó revertir consecuencias negativas del sistema capitalista planificando políticas que busquen un camino diferente al que éste conduciría, los resultados han sido enormemente peores.
Esto no significa de ninguna manera que se debe dejar de insistir en tratar de modificar el rumbo marcado por nuestros instintos a través del capitalismo para evitar injusticias, pero es crucial hacerlo dentro de las posibilidades se tengan.
No está a nuestro alcance definir una injusticia y simplemente planificar la solución, la razón necesaria para ello no podemos usarla aún en la enorme mayoría de las veces.
Por suerte al capitalismo se lo puede regular, disminuir sus facetas negativas y aprovechar las positivas, como sucede en los países desarrollados de Europa o Japón.
Pero no más que eso. Un paso más y en vez de obtener beneficios, las cosas empeoran. Y el gran problema, insisto y voy a insistir hasta el cansancio en esto, para regular, armonizar, humanizar al capitalismo con éxito es necesario una cultura adecuada para ello.
Sin esa condición cultural (que defino como cultura colectivista) cualquier intervención en el sistema hace los resultados generalmente sean peores.
Es fundamental comprender que debemos intentar siempre regular al capitalismo y aprovechar siempre sus facetas positivas e intentar evitar sus facetas negativas, pero siempre considerando el marco cultural (cultura cívica fundamentalmente) dónde se busca hacerlo.
Cuánto más individualista la cultura, lamentablemente, insisto, lamentablemente, finalmente y generalmente resulta más beneficioso dejar al instinto “retozar”, capitalismo sin traba alguna mediante o si quieren neoliberalismo, que probablemente será más beneficioso que si se intenta controlarlo sin que existan las condiciones culturales para ello.
Intervenir sí, pero siempre evaluando previamente con precisión las posibilidades que permite la cultura presente.
Es la eterna lucha que debemos librar la humanidad, la de la razón vs los instintos.
Pero despacio, paso a paso, lentamente, con firmeza y sin yerros.
El capitalismo es instinto.
La planificación es razón, humanidad.
Pero debemos ser conscientes que jamás podremos anular un instinto (como no podremos jamás anular al instinto sexual) y que la razón debe buscar los medios para simplemente aprovechar todas sus facetas positivas y evitar las negativas dentro de un marco dónde ella pueda tener la última palabra. Lamentablemente, la razón apenas a comenzado a intervenir con éxito en una pequeña parte del planeta, me refiero a aquellos rincones donde existe el desarrollo.
En el resto del planeta, como en el África negra, buscar regular las consecuencias negativas del capitalismo sí, pero con muchísimo cuidado.
El capitalismo con sus bondades y miserias llegó a África, ya está, ya nada hay por hacer al respecto y ahora sólo queda hacer lo que nuestros instintos y la cultura en cuestión lo permita para aligerar los problemas y aprovechar mejor los beneficios que del capitalismo derivan.

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